Volver a tener hambre de vida
- Juli Cadavid
- 4 nov
- 3 Min. de lectura
Hay momentos en los que nos volvemos cómodos. Tan cómodos, que sin darnos cuenta dejamos de estar en contacto con lo que nos hace felices. O con lo que no.
Y otras veces, es todo lo contrario. Estamos tan incómodos, tan cansados o tan saturados, que ni siquiera recordamos qué era eso que nos hacía sentir vivos.
Nos levantamos, trabajamos, respondemos mensajes, comemos, dormimos… y así pasan los días. Todo se vuelve una secuencia de movimientos automáticos. Una rutina que parece estable, pero en realidad es solo anestesia.
Una vida sin hambre.
Reconocer el vacío
La buena noticia —porque siempre la hay— es que si eres capaz de reconocer que estás ahí, también eres capaz de salir. Nadie puede cambiar lo que no ve.
El simple hecho de notar que algo falta, que algo dentro de ti ya no vibra como antes, es un acto de conciencia. Y la conciencia es el primer paso hacia cualquier transformación.
Yo lo sé, porque hace poco me pasó.
Tuve que quebrarme un día, llorar un río entero y sentirme completamente vacía para darme cuenta de que me había desconectado de lo que amo hacer.
No fue un drama. Fue un cansancio del alma. Un silencio interno que me gritaba que algo andaba mal.
Y cuando me senté a buscar respuestas, entendí que la culpa no era del lugar, ni del trabajo, ni de nadie más. La respuesta estaba adentro. Siempre está adentro.
La conversación interna
Empecé a hacerme preguntas que había estado evitando: ¿Estoy siendo honesta conmigo?¿Estoy viviendo la vida que realmente quiero o la que me resulta más cómoda? ¿Estoy nutriendo mi cuerpo, mi mente y mi espíritu?
Y ahí me di cuenta de algo simple pero profundo: Me había desconectado de mis rituales.
Dejé de hacer ejercicio a la hora que me gusta. Dejé de cocinar con calma. Dejé de escribir mis pensamientos. Dejé de crear.
Y claro, todo se desordenó. Estaba distraída, ansiosa, sin rumbo.
Estoy en México, en Playa del Carmen. El lugar es hermoso —el mar, la luz, la energía—, pero entendí que la belleza del entorno no sirve de nada si estás desconectada por dentro.
Porque no importa dónde estés. El verdadero viaje siempre es interno.
El hambre de vida
Entonces, ¿qué significa volver a tener hambre de vida?
No se trata de perseguir metas gigantes, ni de reinventarte desde cero. Tener hambre de vida es volver a tener curiosidad.
Es mirar el mundo otra vez con ojos limpios. Es emocionarte por una conversación, por el olor del café, por ver cómo cambia la luz de la tarde. Es sentir que estar viva es un milagro diario.
A veces, para volver a sentir eso, hay que pasar por una especie de ayuno emocional. Vaciarse. Quedarse sin nada para volver a tener ganas de llenarse.
Y en ese proceso, no hay que asustarse por la falta de motivación. Ni castigarse por estar cansada. Todo en la vida tiene ciclos, y los momentos de quietud también son necesarios.
El hambre vuelve cuando te permites escucharte, sin ruido, sin juicios.
Volver a empezar
Yo decidí volver a empezar. Volver a levantarme temprano para mover el cuerpo. Volver a cocinar con amor. Volver a escribir. Volver a hablar contigo.
A veces no necesitas un gran plan. Solo un pequeño gesto. El hambre de vida se recupera viviendo, no planeando cómo vivir.
Si hoy te sientes desconectada, hazte una sola pregunta:
¿Qué puedo hacer mañana que me haga sentir un poquito más viva que hoy?
No necesitas resolverlo todo. Solo un gesto puede ser el comienzo.
Recordar quién eres
Recuperar el hambre de vida no es una meta. Es un proceso constante de recordar quién eres.
Y cada vez que te pierdas, vuelve a ti.Vuelve a la naturaleza, a lo simple, a las conversaciones honestas. Vuelve a lo que te hace sentir presente.
No vivas anestesiada. No te conformes con sobrevivir.
Porque mereces vivir con hambre. Hambre de sentir, de aprender, de amar, de crear, de equivocarte, de crecer.
Y si estás leyendo esto, ya diste el primer paso.
Porque en el fondo, una parte de ti ya tiene hambre de volver a tener hambre de vida.
Por Juli — Comer Pensar Amar 🌿









Comentarios